La tradición de
bailes de animales se remonta a los apuntes de crónicas de indias sobre las
costumbres de los indios cumanagotos. El imaginario del folklore venezolano cuenta con el baile del pájaro guarandol, del Carite y la lancha Nueva Esparta y hasta el
baile del Chiriguare, monstruo deforme radicado en la popular laguna de
Campoma. El gabán tacateño tiene el baile del pescado. Wilfrido Vargas en los
ochentas tuvo el baile del perrito. Recuerdo que mis compañeros de la primaria bailaban en las fiestas de cumpleaños el baile del perrito. En un pasaje del libro recopilatorio de crónicas de indias editado por la Academia de la Historia, este baile de los cumanagotos aparece hermosamente
descrito. Es dibujado como una representación teatral en la que los miembros de la
comunidad desempeñaban distintos papeles. Algunos hacían las veces que pescaban, otros que
lloraban, otros mímicas de animales. Representaban las facetas de la
cotidianidad. El baile de los animales era tan importante como el baile de Moby
Dick que representé en Massachusetts en el verano pasado. El baile de las
ballenas blancas encalladas en el agua helada. Nubes grises entre las algas y las rocas, nadando a temperaturas inverosímiles. Inéditas. Pero el agua. Siempre el agua.
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