jueves, 17 de mayo de 2012

Michael Hofmann



Nació en Freiburg (Alemania) en 1957. Cursó estudios de pregrado y postgrado en Cambridge University. Ha traducido del alemán al inglés alrededor de sesenta títulos, principalmente novelas, entre los que se cuentan trabajos de Ernst Junger, Franz Kafka, Wolgang Koeppen, Joseph Roth y Wim Wenders. Ha publicado seis libros de poemas: Nights in the Iron Hotel (1983), Acrimony (1986), K.S. in Lakeland: New and Selected Poems (1990), Corona, Corona (1993), Approximately Nowhere (1999), y Selected Poems (2009). Durante una mitad del año vive en Inglaterra y durante la otra mitad enseña en University of Florida.
Es uno de los poetas preferidos de Parra. Parra recomienda comprar todo lo que traduce este poeta porque suele tener muy buen ojo. No tengo ni que decir que él mismo hizo la selección de los poemas para esta entrega. Disfruten. 


Destino de los expresionistas

El Káiser fue el primer primo de Jorge V
descendiente, como era, de Jorge el alemán,
y el infeliz Alberto, el Elector sajón tan trabajador.
– El relajado, corte de marinero de la barba de uno,
los histéricos, erizados bigotes del otro…
Los expresionistas fueron de la generación de Rupert Brooke.
Su aguante en la vida era más débil que el de un bebé.
Sus muertes, a cualquier edad, fueron mortalidad infantil –
un mal chiste en este siglo. De pronto se sentían somnolientos,
caían como moscas, caprichosas, chisporroteantes,
extáticas, ante un bombillo caliente. Aún antes de la guerra,
Georg Heym y un amigo murieron en un accidente mientras patinaban.
Desde 1914, murieron en batalla y a causa de enfermedad –
O de suicidio como Trakl. Drogas Alcohol Pequeña Hermana.
Uno era estudiante en Oxford y murió, semanas más tarde,
por otro lado… Luego, escaparon de los Nazis.
Benjamin fue devuelto en la frontera española –
su historia de las calles de París inconclusa –
desviado hacia un suicidio autista. En 1938,
Ödön von Horváth, autor de comedias naturalistas,
fue golpeado por un árbol que se vino abajo. En París.
                                                                                          Para el tiempo
en que mi antología fue compilada, aún quedaban algunos:
inexplicables sobrevivientes,
                                                 psicoanalistas en el Nuevo Mundo.  



Noches en el hotel de hierro

Nuestras camas están a una distancia de hospital.
Las uno. Estera de paja
en las paredes produce un efecto de Palm Beach:

largas bebidas preparadas con ron en bares tropicales.
La posición del espejo y el armario
me recuerda a una habitación donde una vez viví felizmente.

Nuestros sentimientos son más cortos y rápidos ahora.
Tú confiesas una nueva infidelidad. Esta vez,
un trombonista. Su tierna bendición…

Toda la noche, hablamos sobre separarnos.
La radio nos despierta con su música ambiental.
De una manera siniestra, lo llamas tregua.

Estamos fascinados con nuestra propia anestesia,
nuestra incapacidad de funcionar. El sexo es un lujo,
un artículo de exportación de saludables economías físicas.

La TV está encendida todo el tiempo.
Mareante realismo socialista para los borrachos.
Un gimnasta se balancea como un pez ensartado.

                                                                              (Praga)

De Nights in the Iron Hotel (1983)



Transferencia bancaria

Saliendo del cine pornográfico de la estación,
con el rápido reloj y el programa continuo,
entonces pasando el tenderete de dulces francés, las revistas naturistas

y el cretino de la oficina de los tickets de lotería
das schnelle Glück: un dólar rápido o un polvo –
y hacia al tren nocturno con destino a Berlín…

Era cerrado y sin paradas, pero los guardias fronterizos de Alemania oriental
nos despertaron para darnos nuestras visas de tránsito,
y después era domingo temprano, y salí caminando

del Berlin-Zoo enfundado en el abrigo de león de mi padre,
su maletín en una mano y su bolso en la otra.
Tenía diecinueve y era un hombre de remesas,

embarcado en un delirio de autosuficiencia,
sorprendido de que fuera posible vivir como un pájaro:
dormir en un hotel, comer en restaurantes,

y obtener el dinero de mi padre a través de una transferencia bancaria.
Al final de mi tubo de alimentación, no me di cuenta de
que estar en cualquier lugar sobre la superficie de la tierra es sangrar:

dinero, atención, esfuerzo… no había problema.
Eludía a mis compañeros de viaje – el frío joven
con la capa inca, el corazón débil y la cara azul,

su obesa, hermana de cerebro escatológico – y miraba
incesantemente a una mujer peruana en un nightclub.
Estaba una chica que una vez me dijo que se había comprometido.

La maternal encargada del hotel me dio los panecillos
que quedaron de mi desayuno para el resto del día.
Una vez, ella me pasó una llamada de mi padre.

Le pregunté sobre su conferencia, pero él quería
algo más: tenerme al otro lado de la línea
telefónica, una coartada, prueba de mi inocencia –

se había puesto celoso de un elegante joven inglés…
No había crimen, ni conferencia, quizás ni joven inglés:
Solo mi padre, su hijo y el nuevo argumento de su novela.

De Acrimony (1986)



Guanajuato dos veces

para Karl Miller

“Una mujer sonriente enfundada en un rebozo sosteniendo un rebozo…”
– Sybille Bedford

Podría mantenerme regresando al mismo puñado de lugares
hasta volverme azul; hasta convertirme en
José José
en la carátula de su nuevo disco,
“¿Qué es el amor?”;
luciendo un ceño agradable y jeans prelavados;
leyendo un especial de doble página (“El problema con José José”)
sobre su problema con la bebida,
comparando su foto “Antes” y “Después”…
Podría lentamente convertirme en un fantasma, lentamente familiar,
lentamente invisible, afable, obtuso…
Podría preguntar “Te acuerdas de mí?” al botones inexpresivo,
y yo mismo recordar
el septeto en el quiosco de la música tocando “Winchester Cathedral”,
y el payaso entrando por café
y para contar lo recaudado y quitarse la cara…
Podría medir todas mis previas camas.
Deambular adrede por doce pueblos con doce nombres
   de calles entre ellos.
Sentarme a ambos lados de los asientos municipales para besarse,
negando con la cabeza al hombre de la manta
y al hombre de la hamaca, en su graciosa desesperación
ofreciéndome hamacas por cuatro, por cinco, por seis…
Podría aprender el español para
“Yo debí haber vuelto” u “¡Hola, soy yo otra vez!”
y cogerle el truco al doble apretón de manos,
primero las palmas, luego los pulgares cerrados.
Mis sueños se desmoronarían y se hincharían y se resistirían
como papayas. Podría permanecer balanceándome como una palmera,
o arraigado como un campanario, despedazándome ligeramente
cada vez que tañen las campanas, no verdaderas campanas
sino grabaciones de antiguas campanas,
y nunca por mí.

De Corona, Corona (1993)



XXXX

para Larry Joseph

‘que lo único que hace es componerse
de días;
que es lóbrego mamífero y se peina…’ – Vallejo

Orino en botellas,
recolecto ceniza de cigarrillo en el cuenco de mi mano,
lanzo las colillas por la ventana
o las apago en el fregadero.

Mastico comida de larga duración,
fruta seca, pan integral de centeno, carne seca.
Tengo cuarenta. Libero la luz de empuje atascada con mis uñas
para darle un descanso al vestíbulo.
 
Con un pie sin zapato – escrupulosa pedantería –
empujo la alfombra suelta en el séptimo paso.
Más tarde cerraría algunas puertas a portazos
y pasaría una noche mojada bajo un árbol.

Me he sentido identificado con un zorro amarillento junto a las líneas del tren,
he seguido silenciosamente los fuegos artificiales en el Támesis,
he visto dos estrellas fugaces apagarse sobre Londres
y pedido deseos en su nombre.

No recuerdo cuándo fue la última vez que escribí una carta
o atendí el teléfono. Mi sonrisa
cae sobre cuidadores de tiendas y conductores de autobuses y madres jóvenes.
Me deslumbra.

Pienso continuamente en dinero, y las polillas devoran mi ropa:
La cosa sobre las riquezas terrenales era cierta.
Durante media hora, entre palpitaciones, contemplé
dos niños, estaba seguro de que eran míos.

La mayor parte del día estoy o acostado
o durmiendo. No había leído tantos libros
con tal avidez desde que era un chico.
Las noches son difíciles. A veces grito.

Soy pendenciero, encantador, lujurioso, estoy inconsolable, arruinado.
Mantengo la radio encendida mucho más de lo que mi padre lo hizo,
la llevo conmigo de habitación en habitación.
Me gusta su conversación neutra.

De Approximately Nowhere (1999)