Biblioteca de Renato Rodríguez (foto tomada en 2009 por la misma persona que tomó la foto del post anterior)
Todos nos hemos estrellado contra él en alguna ocasión. Relumbra en el interior de las frases de críticos literarios, escritores y lectores por igual. Agujerea las paredes de nuestra casa con su pico horrendo hasta que el living se inunda y la corriente arrasa con todo. Le deja a sus víctimas la desazón, el hastío y el firme propósito de leer más literatura argentina (la del mainstream, por supuesto). Este patito es medio vampiro porque a sus víctimas les crece un piquito de hule y, de inmediato, empiezan a replicar el asedio. También es medio fantasma porque, literalmente, “aparece” cuando uno menos se lo espera. El fin de semana pasado volvió al ataque y yo decidí postear un breve texto en mi blog con el único fin de expulsarlo de mis pensamientos. Su presencia me pone enferma. Grave.
No soy la única que se ha planteado desplumar este fantasma. Supongo que necesitamos con urgencia algún tipo de terapia de grupo. Creo que, dadas las actuales circunstancias, resulta capital empezar aportando nuevas lecturas de los orígenes de este fenómeno y, sobre todo, nuevas lecturas de las obras de nuestros autores. Intentaré abrir esta discusión desarrollando más extensamente, desde un punto de vista bastante personal, los puntos que llegué a plantear en el post anterior.
- La escasa y casi inexistente difusión de la literatura venezolana en el exterior
El síndrome del patito feo insufla en sus víctimas la sólida creencia de que la poca o nula atención que recibe la literatura venezolana en la escena internacional se debe a la falta de calidad de su corpus. Este es, sin duda, uno de los síntomas más preocupantes porque no ilumina las verdaderas zonas de conflicto. Supongo que esta es una creencia derivada de una lectura superficial del corpus y a veces, incluso, del total o parcial desconocimiento de este. Soy de las que opina que la literatura venezolana no goza de buena difusión en el exterior porque nuestra maquinaria organizativa ha fallado. Nadie escapa de esta cadena infinita de culpas. El estado, las editoriales, la academia, los críticos literarios, los escritores y los mismos lectores somos un poco responsables de esta situación.
El estado falla porque hasta ahora no ha generado políticas culturales consistentes para afrontar este problema. No es un secreto que muchos países latinoamericanos, entre los que resaltan México y Argentina, financian traducciones de obras de su acervo a otros idiomas e, incluso, otorgan ayudas económicas a editoriales extranjeras para que las editen en forma de coediciones. Me consta que esta clase de gestiones se han materializado en nuestro país pero, lamentablemente, han constituido esfuerzos aislados. Como ejemplos fundamentales de estas diligencias tenemos la traducción al portugués de una antología de José Antonio Ramos Sucre que publicó la Embajada de Venezuela en Portugal (1992) y la traducción al francés de otra antología del mismo Ramos Sucre que Monte Ávila Editores lanzó en Francia en coedición con una editorial de ese país (2009). Sin duda, estos proyectos deben replicarse y, quizás, deberíamos imaginar la posibilidad de ir aún más lejos. Podríamos intentar imitar en pequeña escala la intensa política de donaciones que el gobierno español ha diseñado con el fin de crear centros de estudio de su literatura en distintas universidades del mundo. ¿Cómo hacer esto en pequeña escala? Una alternativa sería ofrecer anualmente cierto número de becas de investigación para estudiantes o profesores de programas de postgrado de literatura latinoamericana de universidades extranjeras interesados en estudiar literatura venezolana. No hablamos de grandes sumas de dinero sino de un moderado aliciente para sufragar un boleto de avión o libros u otros gastos vinculados al proceso de investigación.
La academia falla cuando organiza espléndidos congresos internacionales sobre literatura venezolana y no invita a críticos extranjeros. Este detalle resulta importante en vista de que los congresos podrían constituirse como focos de irradiación.
Las editoriales fallan porque no se arriesgan a distribuir libros de autores venezolanos en el extranjero. La crítica literaria falla porque, prácticamente, no existe dentro de nuestras fronteras. Los críticos adscritos a la academia producen investigaciones que no están destinadas al lector común y resulta lógico que sea así, el asunto es que más allá de eso no tenemos, prácticamente, nada. Salvo por los esfuerzos de algunos blogueros y promotores culturales que han hecho de la internet una herramienta muy productiva.
Los escritores fallan porque muchas veces se entregan a las rivalidades y no se apoyan entre sí como deberían. Los lectores fallan cuando no recomiendan lo que leyeron. Los suplementos literarios fallan cuando no están disponibles en internet.
Y estos son apenas algunos ejemplos. Estoy segura de que fallamos de otras muchas maneras y, sobre todo, de que podemos continuar fallando cada vez más y mejor. Es eso o poner manos a la obra.
- Sobre la literatura venezolana y el Boom
El hecho de que ningún autor venezolano haya logrado colarse en el Boom es para algunos la prueba irrefutable de que la literatura venezolana es una literatura fracasada. Este es otro falso mito que ocupa un lugar central en nuestro imaginario. Me asombra particularmente la terrible ceguera desde la que se han analizado muchas obras publicadas durante las décadas del sesenta y el setenta. Hablamos de obras maravillosas que no han sido objetos sino víctimas de abordajes críticos, que han naufragado a fuerza de lecturas que partían de concepciones estéticas demasiado conservadoras. Creo que el caso más dramático, sin duda, es el de Renato Rodríguez. Y supongo que para mi generación resulta obvio el gran valor de este autor porque no somos la generación que se formó con el modelito del Boom. Para muchos de nosotros el Boom representa en gran medida lo mismo que dice Ramón de la Campa que representa para algunas instancias de la crítica actual “un fichero de todos los vicios de la modernidad literaria latinoamericana, una estrecha envoltura compuesta de identidades criollas, tradiciones letradas, imaginarios rurales, realismos mágicos trasnochados, teoría de la dependencia…”
Y claro, un autor como Rodríguez no podía entrar en el Boom porque, para rematar, estaba escribiendo en clave posmoderna. Su estética era experimental y de vanguardia. Rodríguez no pretendía escribir literatura “seria”, sus propuestas cuestionaban las nociones de literatura y de realismo, eran propuestas lúdicas que cuestionaban la ciudad letrada, ambientadas en escenarios preeminentemente urbanos y muchas veces en constante diálogo, crítico o entusiasta, con la contracultura. Sin duda, no tenía ninguna oportunidad de convertirse en un éxito comercial en el extranjero pero mucho menos en nuestro país (tan conservador).
Rodríguez incluso tenía que auto-editarse, supongo que ninguna editorial estaba interesada en publicarlo. Como si fuera poco, a estas alturas aún se escriben artículos que explican cómo Rodríguez era el culpable número uno de su marginación y en donde se plantea que esta situación es el resultado lógico de su interés por personajes periféricos, el uso del lenguaje coloquial y su tendencia al sinsentido. Por favor. Cuando leo esta clase de cosas me resulta inevitable pensar que los escritores estuvieron a la altura, no así los lectores y, lamentablemente, tampoco los críticos.
Muchos de los escritores de ese momento también estaban trabajando en propuestas innovadoras y de corte experimental (Garmendia, Noguera, Madrid, Trejo, por nombrar algunos), obras enrevesadas, difíciles, que corrían riesgos, que requerían de lectores “duros” y desprejuiciados. Supongo que existen otros factores que unidos a estos propiciaron la ausencia de nuestros autores en el mercado internacional. Sin embargo, esto no quiere decir que las búsquedas de estos escritores estuvieran mal encaminadas. Todo lo contrario. El fenómeno Bolaño nos ayuda a clarificar esto. En muchos de estos autores estaba el germen que ha caracterizado la obra de Bolaño y que lo ha convertido en un récord de ventas. Recién ahora es cuando una novela sobre poetas latinoamericanos drogados puede sobreponerse al temperamento pacato latinoamericano. Y, precisamente, esta conexión se hace más que evidente si recordamos que cuando Roberto Bolaño ganó el premio Rómulo Gallegos, Carlos Noguera formaba parte del jurado. El mismo que ha sido el promotor número uno de la obra de Rodríguez.
Lo desconcertante de la obra Rodríguez es que parece reelaborar algunos aspectos de la tradición beat al mismo tiempo que empalma con una tradición más posmoderna, dando lugar a una fusión sumamente estimulante. Cerraré este punto diciendo que Thomas Pynchon publicó su primera novela el mismo año en que Renato Rodríguez publicó “Al sur del Equanil”, 1963. Esto es un indicio, una pista, una casualidad significativa. Lo menciono porque me parece que el sinsentido se convierte en el eje de las obras de ambos autores. Tienen muchos rasgos en común. Copi, el argentino, estaba escribiendo unas obras rarísimas para la misma fecha. Muchas las escribió en francés y supongo que por eso gozó de mejor acogida. Mientras nuestros lectores y críticos miraban hacia Vargas Llosa y García Márquez, nuestros escritores conectaban con otras corrientes. Es importante que esto quede claro. Me pregunto cuántos de los que han escrito fuera de foco sobre Renato conocen la obra de Pynchon o la de Copi.
Es un tema que planeo seguir desarrollando en los próximos años, esto es apenas el boceto de una futura investigación.
- La experiencia personal
Desde que estoy viviendo fuera de Venezuela he tenido la oportunidad de llevar a cabo algunos experimentos. Recomiendo a mis conocidos leer literatura venezolana y, por lo general, quedan encantados. Me esfuerzo por recomendar libros y autores que vayan con los gustos de cada persona y, ciertamente, me abstengo de recomendarles libros o autores por el simple hecho de que son los más canónicos y los que todo el mundo recomienda. Me siento inclinada a fungir de puente. Por eso, también, decidí abrir un blog que actuara como espejo del blog de Guillermo, en donde pudiéramos postear traducciones de poetas angloparlantes de vanguardia. Esta idea surgió para paliar de alguna manera la triste circunstancia de que a Venezuela apenas llegan los libros clásicos y los del mainstream. Si bien creo que la literatura venezolana necesita ser promocionada en el exterior, también creo que los venezolanos necesitamos estar informados sobre qué cosas se están haciendo en otros países. De otra forma no se podrá entablar ningún diálogo.
En otro orden de ideas, me tomaré la libertad de reseñar el trabajo que hace Guillermo en su blog, aunque mucha gente ya lo conoce. Guillermo desde 2003 dedica parte de su tiempo libre a llevar una bitácora de traducción al inglés de literatura venezolana (http://venepoetics.blogspot.com/). Lo hace por puro amor al arte y ha sido sin duda un proyecto exitoso. Sin embargo, es un poco frustrante lo difícil que resulta ir más allá y posicionar proyectos de traducción de literatura venezolana en editoriales estadounidenses e, incluso, venezolanas. Este es uno de los motivos por los que me molesta tanto el síndrome del patito feo: existen personas como Guillermo que están trabajando muy duro para convencer a la gente de que apostar por la literatura venezolana vale la pena, mientras que en Venezuela algunos se empeñan en declarar que nuestra literatura no tiene nivel. En criollo: es como si nos echaran la partida para atrás. A pesar de todos los obstáculos y del fantasma del patito, Guillermo va avanzando lentamente. Hace poco firmó un contrato con una editorial universitaria del sur de los Estados Unidos para publicar las traducciones al inglés de una antología de Ramos Sucre. Estamos cruzando los dedos para que todo salga bien. Aún tiene engavetados varios libros de Sánchez Peláez completamente traducidos y un par de proyectos de antologías plurales de poesía y narrativa que no ha logrado colocar en ninguna editorial. El camino es arduo y escarpado pero, de vez en cuando, trae satisfacciones. Felicitaciones Parra. Tenemos que erigir una estatua en tu honor o algo.