lunes, 30 de abril de 2012

Dianne Timblin



Dianne es una muy querida amiga de Durham. En estos parajes de North Carolina se dedica a la escritura y la edición. Su poesía ha sido publicada en Talisman, Phoebe, Rivendell, Fanzine, y Foursquare, entre otras revistas. Fue finalista del Brenda Smart Poetry Prize y su trabajo fue seleccionado para ser mostrado en la serie de lecturas Poetry at Noon organizada por la Biblioteca del Congreso estadounidense. Dianne está actualmente trabajando en un conjunto de poemas que profundizan en la mitología y lo onírico, ella considera el trabajo del poeta venezolano José Antonio Ramos Sucre como una de sus más preciadas influencias en este proyecto.
Dianne integra el grupo “Duke \ UNC Chapel Hill Working Group in Contemporary Poetry” del cual ya hablamos en un post anterior. Dianne tiene una personalidad encantadora y suele organizar actividades interesantísimas en su casa, un ejemplo perfecto es el recordado maratón de Twin Peaks de David Lynch.



Cancionero Glockenspiel


En el sueño de anoche paso por un cementerio que está anunciando una oferta de dos por uno en fosas. Para promocionar la transacción, una tumba cercana a la fachada del cementerio está engalanada con el eslogan, Muestra la profundidad de tu carácter.


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En el sueño de anoche, asistía por primera vez a una boda católica. Las mujeres de la fiesta llevaban unos impresionantes vestidos rojos. Estábamos en el presbiterio. En esta enorme catedral como el espacio, el presbiterio era bastante íntimo. Interpretamos una intrincada danza. Formamos un círculo alrededor de la pareja. En nuestros vestidos rojos lucíamos como un animado glockenspiel. Recuerdo haber pensado “Adorable –pero tan complicado!”

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En el sueño de anoche, me encontré explicándome a mí misma “Si más o menos necesito algo, probablemente no lo pediré. Si realmente necesito algo, lo pediré, pero probablemente añadiré ‘si no es mucha molestia’ o ‘si no te importa’.”

“Si necesito algo urgentemente aún añadiría ‘por favor’ o ‘estaría bien si’ o ‘estarías dispuesto…’”

“¿Pero si pido algo y no digo ‘por favor’ o alguna de esas otras cosas? La situación es desesperada.”

En el sueño de anoche, la Otra coloca una bandeja en la mesa, prepara el té.

La que Habla espanta de su regazo al gato atigrado gris, se endereza la falda de lana con corte de tubo.

Esta es una casa bastante grande. Una o dos veces al año, y Otra es seleccionada –ser seleccionada es un gran honor. Yo persigo a la escogida por toda la casa hasta que la consigo. Entonces la desfiguro.

La Otra se acerca caminando, acunando una taza de té, entregándosela en silencio.


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En el sueño de anoche, un largo paseo nocturno en automóvil. La autopista forestal se convirtió en una campo de estrellas. Una voz autoritaria, cómica (un cruce de Yoda con Walter Cronkite) articula las palabras que exhibe el letrero: No sufras más.

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En el sueño de anoche, una voz: Estoy trabajando en mi léxico del tacto.

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En el sueño de anoche, cruzo un puente congelado con resbalosos zapatos de cuero. ¿Por qué están aquellas personas saltando del puente para nadar en el río? La corriente es aún muy veloz a causa de la tormenta. Y entonces el clásico sueño de radio: sintonizar un radio de plástico amarillo-resaltador sólo para descubrir que todas las estaciones están tocando la misma canción country.

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En el sueño de anoche, me deslicé en el cuerpo de María Magdalena por algunos minutos. Vi al Cristo resucitado.

Tenía algo de presencia física. ¿Puedes imaginar esto? Era como si conservara la mitad o un tercio de la densidad que habría tenido en vida. Como si una nube tuviera algo de resistencia sin que esto pudiera impedir que pasaras por ella, al menos hasta un punto.

Cuando María/yo lo toqué, pasamos por la mitad de su hombro. Miramos su cara. Oh! Estás aquí!

Gentil, divertido. Sí. Estoy aquí.

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En el sueño de anoche, un pax de deux aéreo. Como los equilibristas de circo que vuelan valiéndose de sedas. Me invadía una sensación pícara, juguetona. Los pasos de puntillas estaban incluidos entre salto y salto.

Estar de puntillas no duele en sueños. Y en el sueño nada de sedas –realmente volaba.

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En el sueño de anoche dos hombres, uno ruso, el otro ucraniano, estaban sosteniendo una conversación.

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En el sueño de anoche me mudé a un faro que había sido construido en medio del bosque.

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En el sueño de anoche, la persona que permanecía al pie de mi cama para despertarme vestía una camiseta blanca que exhibía una sola palabra en tipografía helvética negra: “Replicante”.

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En el sueño de anoche, mamá terminó la canción y volteando hacia papá dijo: “No teníamos idea de qué tan rápido iría. Un día el restaurante abre y luego de lo próximo que te enteras es que todo ha cambiado. Y aún el restaurante apenas abrió ayer”. Papá dijo: “Sí, eso es verdad. Pero cuando estábamos viviéndolo, estábamos en el río, no mirando hacia delante o hacia atrás. Simplemente estábamos allí”.

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En el sueño de anoche, un hombre alto en una posición de autoridad: “Tú eres simplemente otro miembro de la raza Azteca”.

viernes, 13 de abril de 2012

Apuntes sobre el síndrome del patito feo y la escena literaria venezolana

Biblioteca de Renato Rodríguez (foto tomada en 2009 por la misma persona que tomó la foto del post anterior)

Todos nos hemos estrellado contra él en alguna ocasión. Relumbra en el interior de las frases de críticos literarios, escritores y lectores por igual. Agujerea las paredes de nuestra casa con su pico horrendo hasta que el living se inunda y la corriente arrasa con todo. Le deja a sus víctimas la desazón, el hastío y el firme propósito de leer más literatura argentina (la del mainstream, por supuesto). Este patito es medio vampiro porque a sus víctimas les crece un piquito de hule y, de inmediato, empiezan a replicar el asedio. También es medio fantasma porque, literalmente, “aparece” cuando uno menos se lo espera. El fin de semana pasado volvió al ataque y yo decidí postear un breve texto en mi blog con el único fin de expulsarlo de mis pensamientos. Su presencia me pone enferma. Grave.
No soy la única que se ha planteado desplumar este fantasma. Supongo que necesitamos con urgencia algún tipo de terapia de grupo. Creo que, dadas las actuales circunstancias, resulta capital empezar aportando nuevas lecturas de los orígenes de este fenómeno y, sobre todo, nuevas lecturas de las obras de nuestros autores. Intentaré abrir esta discusión desarrollando más extensamente, desde un punto de vista bastante personal, los puntos que llegué a plantear en el post anterior.

  1. La escasa y casi inexistente difusión de la literatura venezolana en el exterior

El síndrome del patito feo insufla en sus víctimas la sólida creencia de que la poca o nula atención que recibe la literatura venezolana en la escena internacional se debe a la falta de calidad de su corpus. Este es, sin duda, uno de los síntomas más preocupantes porque no ilumina las verdaderas zonas de conflicto. Supongo que esta es una creencia derivada de una lectura superficial del corpus y a veces, incluso, del total o parcial desconocimiento de este. Soy de las que opina que la literatura venezolana no goza de buena difusión en el exterior porque nuestra maquinaria organizativa ha fallado. Nadie escapa de esta cadena infinita de culpas. El estado, las editoriales, la academia, los críticos literarios, los escritores y los mismos lectores somos un poco responsables de esta situación.
El estado falla porque hasta ahora no ha generado políticas culturales consistentes para afrontar este problema. No es un secreto que muchos países latinoamericanos, entre los que resaltan México y Argentina, financian traducciones de obras de su acervo a otros idiomas e, incluso, otorgan ayudas económicas a editoriales extranjeras para que las editen en forma de coediciones. Me consta que esta clase de gestiones se han materializado en nuestro país pero, lamentablemente, han constituido esfuerzos aislados. Como ejemplos fundamentales de estas diligencias tenemos la traducción al portugués de una antología de José Antonio Ramos Sucre que publicó la Embajada de Venezuela en Portugal (1992) y la traducción al francés de otra antología del mismo Ramos Sucre que Monte Ávila Editores lanzó en Francia en coedición con una editorial de ese país (2009). Sin duda, estos proyectos deben replicarse y, quizás, deberíamos imaginar la posibilidad de ir aún más lejos. Podríamos intentar imitar en pequeña escala la intensa política de donaciones que el gobierno español ha diseñado con el fin de crear centros de estudio de su literatura en distintas universidades del mundo. ¿Cómo hacer esto en pequeña escala? Una alternativa sería ofrecer anualmente cierto número de becas de investigación para estudiantes o profesores de programas de postgrado de literatura latinoamericana de universidades extranjeras interesados en estudiar literatura venezolana. No hablamos de grandes sumas de dinero sino de un moderado aliciente para sufragar un boleto de avión o libros u otros gastos vinculados al proceso de investigación.
La academia falla cuando organiza espléndidos congresos internacionales sobre literatura venezolana y no invita a críticos extranjeros. Este detalle resulta importante en vista de que los congresos podrían constituirse como focos de irradiación.
Las editoriales fallan porque no se arriesgan a distribuir libros de autores venezolanos en el extranjero. La crítica literaria falla porque, prácticamente, no existe dentro de nuestras fronteras. Los críticos adscritos a la academia producen investigaciones que no están destinadas al lector común y resulta lógico que sea así, el asunto es que más allá de eso no tenemos, prácticamente, nada. Salvo por los esfuerzos de algunos blogueros y promotores culturales que han hecho de la internet una herramienta muy productiva.
Los escritores fallan porque muchas veces se entregan a las rivalidades y no se apoyan entre sí como deberían. Los lectores fallan cuando no recomiendan lo que leyeron. Los suplementos literarios fallan cuando no están disponibles en internet.
Y estos son apenas algunos ejemplos. Estoy segura de que fallamos de otras muchas maneras y, sobre todo, de que podemos continuar fallando cada vez más y mejor. Es eso o poner manos a la obra.

  1. Sobre la literatura venezolana y el Boom

El hecho de que ningún autor venezolano haya logrado colarse en el Boom es para algunos la prueba irrefutable de que la literatura venezolana es una literatura fracasada. Este es otro falso mito que ocupa un lugar central en nuestro imaginario. Me asombra particularmente la terrible ceguera desde la que se han analizado muchas obras publicadas durante las décadas del sesenta y el setenta. Hablamos de obras maravillosas que no han sido objetos sino víctimas de abordajes críticos, que han naufragado a fuerza de lecturas que partían de concepciones estéticas demasiado conservadoras. Creo que el caso más dramático, sin duda, es el de Renato Rodríguez. Y supongo que para mi generación resulta obvio el gran valor de este autor porque no somos la generación que se formó con el modelito del Boom. Para muchos de nosotros el Boom representa en gran medida lo mismo que dice Ramón de la Campa que representa para algunas instancias de la crítica actual “un fichero de todos los vicios de la modernidad literaria latinoamericana, una estrecha envoltura compuesta de identidades criollas, tradiciones letradas, imaginarios rurales, realismos mágicos trasnochados, teoría de la dependencia…”
Y claro, un autor como Rodríguez no podía entrar en el Boom porque, para rematar, estaba escribiendo en clave posmoderna. Su estética era experimental y de vanguardia. Rodríguez no pretendía escribir literatura “seria”, sus propuestas cuestionaban las nociones de literatura y de realismo, eran propuestas lúdicas que cuestionaban la ciudad letrada, ambientadas en escenarios preeminentemente urbanos y muchas veces en constante diálogo, crítico o entusiasta, con la contracultura. Sin duda, no tenía ninguna oportunidad de convertirse en un éxito comercial en el extranjero pero mucho menos en nuestro país (tan conservador).
Rodríguez incluso tenía que auto-editarse, supongo que ninguna editorial estaba interesada en publicarlo. Como si fuera poco, a estas alturas aún se escriben artículos que explican cómo Rodríguez era el culpable número uno de su marginación y en donde se plantea que esta situación es el resultado lógico de su interés por personajes periféricos, el uso del lenguaje coloquial y su tendencia al sinsentido. Por favor. Cuando leo esta clase de cosas me resulta inevitable pensar que los escritores estuvieron a la altura, no así los lectores y, lamentablemente, tampoco los críticos.
Muchos de los escritores de ese momento también estaban trabajando en propuestas innovadoras y de corte experimental (Garmendia, Noguera, Madrid, Trejo, por nombrar algunos), obras enrevesadas, difíciles, que corrían riesgos, que requerían de lectores “duros” y desprejuiciados. Supongo que existen otros factores que unidos a estos propiciaron la ausencia de nuestros autores en el mercado internacional. Sin embargo, esto no quiere decir que las búsquedas de estos escritores estuvieran mal encaminadas. Todo lo contrario. El fenómeno Bolaño nos ayuda a clarificar esto. En muchos de estos autores estaba el germen que ha caracterizado la obra de Bolaño y que lo ha convertido en un récord de ventas. Recién ahora es cuando una novela sobre poetas latinoamericanos drogados puede sobreponerse al temperamento pacato latinoamericano. Y, precisamente, esta conexión se hace más que evidente si recordamos que cuando Roberto Bolaño ganó el premio Rómulo Gallegos, Carlos Noguera formaba parte del jurado. El mismo que ha sido el promotor número uno de la obra de Rodríguez.
Lo desconcertante de la obra Rodríguez es que parece reelaborar algunos aspectos de la tradición beat al mismo tiempo que empalma con una tradición más posmoderna, dando lugar a una fusión sumamente estimulante. Cerraré este punto diciendo que Thomas Pynchon publicó su primera novela el mismo año en que Renato Rodríguez publicó “Al sur del Equanil”, 1963. Esto es un indicio, una pista, una casualidad significativa. Lo menciono porque me parece que el sinsentido se convierte en el eje de las obras de ambos autores. Tienen muchos rasgos en común. Copi, el argentino, estaba escribiendo unas obras rarísimas para la misma fecha. Muchas las escribió en francés y supongo que por eso gozó de mejor acogida. Mientras nuestros lectores y críticos miraban hacia Vargas Llosa y García Márquez, nuestros escritores conectaban con otras corrientes. Es importante que esto quede claro. Me pregunto cuántos de los que han escrito fuera de foco sobre Renato conocen la obra de Pynchon o la de Copi.
Es un tema que planeo seguir desarrollando en los próximos años, esto es apenas el boceto de una futura investigación.

  1. La experiencia personal

Desde que estoy viviendo fuera de Venezuela he tenido la oportunidad de llevar a cabo algunos experimentos. Recomiendo a mis conocidos leer literatura venezolana y, por lo general, quedan encantados. Me esfuerzo por recomendar libros y autores que vayan con los gustos de cada persona y, ciertamente, me abstengo de recomendarles libros o autores por el simple hecho de que son los más canónicos y los que todo el mundo recomienda. Me siento inclinada a fungir de puente. Por eso, también, decidí abrir un blog que actuara como espejo del blog de Guillermo, en donde pudiéramos postear traducciones de poetas angloparlantes de vanguardia. Esta idea surgió para paliar de alguna manera la triste circunstancia de que a Venezuela apenas llegan los libros clásicos y los del mainstream. Si bien creo que la literatura venezolana necesita ser promocionada en el exterior, también creo que los venezolanos necesitamos estar informados sobre qué cosas se están haciendo en otros países. De otra forma no se podrá entablar ningún diálogo.
En otro orden de ideas, me tomaré la libertad de reseñar el trabajo que hace Guillermo en su blog, aunque mucha gente ya lo conoce. Guillermo desde 2003 dedica parte de su tiempo libre a llevar una bitácora de traducción al inglés de literatura venezolana (http://venepoetics.blogspot.com/). Lo hace por puro amor al arte y ha sido sin duda un proyecto exitoso. Sin embargo, es un poco frustrante lo difícil que resulta ir más allá y posicionar proyectos de traducción de literatura venezolana en editoriales estadounidenses e, incluso, venezolanas. Este es uno de los motivos por los que me molesta tanto el síndrome del patito feo: existen personas como Guillermo que están trabajando muy duro para convencer a la gente de que apostar por la literatura venezolana vale la pena, mientras que en Venezuela algunos se empeñan en declarar que nuestra literatura no tiene nivel. En criollo: es como si nos echaran la partida para atrás.
A pesar de todos los obstáculos y del fantasma del patito, Guillermo va avanzando lentamente. Hace poco firmó un contrato con una editorial universitaria del sur de los Estados Unidos para publicar las traducciones al inglés de una antología de Ramos Sucre. Estamos cruzando los dedos para que todo salga bien. Aún tiene engavetados varios libros de Sánchez Peláez completamente traducidos y un par de proyectos de antologías plurales de poesía y narrativa que no ha logrado colocar en ninguna editorial. El camino es arduo y escarpado pero, de vez en cuando, trae satisfacciones. Felicitaciones Parra. Tenemos que erigir una estatua en tu honor o algo.




domingo, 8 de abril de 2012

Sobre la escasa difusión de la literatura venezolana en el exterior

Foto del carnet de La Sorbonne de Renato Rodríguez (tomada el 2009, durante una visita que le hicimos. Cualquiera de las siguientes personas pudo haber tomado esta foto:  Tábita Luis, Pablo Luis Duarte, Carlos Colmenares Gil, Diana Armijos, Fabián Coelho, Álvaro Rafael, Miguel Mantilla o Sofía Salazar).


Expondré mi opinión sobre un tema muy complejo, en muy pocas líneas, de una forma sencilla y directa: si bien es cierto que la literatura venezolana cuenta con escasa difusión en el exterior, no es menos cierto que este total desconocimiento de nuestro acervo, lamentablemente, empieza por casa. De modo que no me asombra que personajes de la escena cultural emitan opiniones absurdas sobre el tema en los periódicos. Sin embargo, considero importante debatir sobre este asunto. Los libros suelen ser impresos y es como si nada hubiese pasado, muy pocas veces se los reseña. Los libros de autores venezolanos muy extrañamente son distribuidos fuera de las fronteras nacionales. Los académicos venezolanos radicados en el extranjero prácticamente no proponen seminarios o líneas de investigación sobre el tema. No creo que se trate de falta de calidad sino de falta de estrategias. ¿Quién es el culpable de esta situación? Toda la cadena de instituciones y entes involucrados (el estado, la academia, los críticos, las editoriales, los mismos escritores y un largo etcétera).
Por mi parte, desde que vivo en el exterior recomiendo a mis conocidos leer literatura venezolana y me llevo siempre gratas sorpresas al ver cómo quedan enganchados. Estas experiencias me han convertido en una optimista redomada. A una amiga poeta, estudiante de postgrado y residente de Durham, le presté Todos los poemas de Miyó Vestrini y quedó tan entusiasmada que volvió a mi casa para llevarse prestada también la biografía. A un amigo crítico literario le recomendé leer los libros de Renato Rodríguez; cuando nos reunimos estaba muy interesado en Al sur del Equanil y dijo que era increíble que durante los sesentas se estuvieran publicando cosas así en Venezuela, de cierta manera en la onda de Bolaño y anticipándose a Bolaño por varias décadas. El comentario de este crítico confirmó una sospecha que mordía mis reflexiones. Acaso pudo ser que Venezuela no encontrara lugar dentro del Boom porque sus escritores estaban ocupados con cosas más innovadoras? El temita de Latinoamérica exótica y el realismo mágico no podía cuajar en el escenario local. Se estaban explorando temas preeminentemente urbanos, de factura realista, muchas veces en constante diálogo con la contracultura. Por ejemplo, las obras de Renato Rodríguez, Carlos Noguera y Antonieta Madrid publicadas entre la década del sesenta y setenta, a mi manera de ver, están más cerca de Thomas Pynchon que de Gabriel García Márquez. Por otro lado estaba Oswaldo Trejo, otro nombre importante de esas décadas cuya estética experimental y vanguardista jamás hubiese podido generar obras que lograran venderse como pan caliente (menciono este tema porque es sobre el que he estado investigando últimamente).
Tenemos muchos escritores que nos han entregado obras valiosas. El hecho de que no hayan recibido el reconocimiento internacional que merecen apenas indica que nuestra maquinaria organizativa ha fallado. De ninguna manera indica, como algunos especulan, que las obras no tienen nivel. Como lectora puedo decir que los libros están allí. Sólo nos queda leerlos, escribir sobre ellos, recomendarlos. Los invito a poner manos a la obra (superemos este síndrome del patito feo). No es mala idea empezar a plantearnos nuevas lecturas de este fenómeno que ha marcado por tantos años nuestra literatura.