Joseph Donahue nació en Texas en 1954 y creció en Lowell, Massachusetts. Obtuvo un Doctorado en Literatura en Columbia University. Ha publicado varios volúmenes de su poesía, entre los cuales podemos mencionar, Incidental Eclipse (2003), World Well Broken (1995), Monitions of the Approach (1991) y Before creation (1989). Los poetas que más lo han influenciado han sido John Ashbery y James Schuyler. Actualmente es nuestro vecino en Durham y dicta clases en el programa de Inglés de Duke University.
Joseph es un tipo simpatiquísimo y, también, una figura muy activa en la escena de la poesía local. Es uno de los principales impulsores del Duke \ UNC Chapel Hill Working Group in Contemporary Poetry, una especie de peña literaria conformada por escritores que viven en la zona del Triángulo (buena parte de ellos estudian o trabajan en las universidades que dan nombre al grupo). Sin estas personas Durham no sería lo que ha sido para nosotros. Sin los diversos ciclos de lecturas de poesía que algunos de los integrantes del grupo se han tomado la molestia de organizar, sin el taller de escritura creativa dirigido por David Need y el taller de lectura de poesía que Joseph oficia en su casa, Durham, una ciudad pequeña, sería, sin duda, un paisaje estéril. El año pasado incluso organizamos en conjunto una conferencia sobre poesía y logramos traer poetas y académicos de distintos estados para ampliar nuestro circuito de intercambio.
A Joseph le gusta la música punk, el bourbon, la comida hindú y proponer traducciones bastante libres y, de paso, divertidas de los comentarios que escribimos en español en nuestras páginas del Facebook. Es, además, el más apasionado lector de José Antonio Ramos Sucre en los Estados Unidos. Los poemas que siguen los hemos tomado de su libro Terra Lucida (2009).
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El satélite
recorre un planeta muerto:
un río devolviéndose,
un puerto inundando un campo
en donde los árboles parecen
estar en llamas,
un Edén en angustia,
(aunque las imágenes a veces mienten.)
Chamuscadas colinas.
Barrancos color carbón.
El crepúsculo devora el mediodía.
El pronombre celestial ha muerto.
Los verbos son pedacitos brillantes
en la oscuridad eufónica,
en suntuosas sombras, en un seco
arroyo de fluidos rostros,
tembloroso, dormido,
& y algunos días despierto,
en el barrer de las cenizas
de las embaldosadas grutas de las tumbas.
Resulta que, espejos describen
órbitas dispersos,
ahora, imágenes de pájaros alzándose
desde los árboles en un mar
convirtiéndose en montañosos
y brillantes pastos
en donde tu gemela
ofrece nieve a sus labios
en un mundo a punto de ser.
Lo que quiere decir: tu cadáver
permanece inquieto, soñando
en el templo municipal
duplicándose como una morgue,
eufórico, como estas
hojas: chamuscadas
en el borde
verdes
en la espina…
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En la turbulencia de lo que
no estaría dormido, la frase
descendió, estableciéndose en el interior de lo
que estaría dormido, tan inquieto
junto a la corriente de imágenes,
ansiando sueños, mirando las colinas
flotando en el río gris-verde,
hasta que la frase cae sobre la noche
como una vertiginosa dispersión de energía
por los cuadrantes oscuros de
la mente de lo que estaría dormido.
En esa soledad, en esa oscuridad,
la frase casi alcanza los labios de él,
casi se encuentra a sí misma pronunciada
ahí en la cama destrozada.
Pero la iluminación deseada
para esta noche no era palabras
o en las palabras, sino en el sentido
y alcanzarlo toma un rato,
que dado el mundo que fue
o el mundo dentro del cual hasta entonces
se había encontrado a sí mismo,
la frase que descendió fue
requerida por la verdad para residir en el acallamiento,
para padecer el silencio pre-articulado,
para traer, en alguna hora,
rápidamente aproximándose, quizás a la mano,
un maravilloso resplandor, si sólo para los
más exhaustos de los cuerpos
en sus casi-oraculares sacudidas…
00
Cuando más
comprendemos, más
incrédulos nos volvemos,
como si escucháramos, esa primera vez,
un destello de gemelos
dentro del útero…
00
Un cielo para la óptica, uno
para el misticismo, & a lo largo del vestíbulo,
esperando, en el escenario, un cuarteto de cuerdas.
Un halcón hace temblar los árboles mientras el sol cae
sobre estas casas, sobre estas colinas
en donde, ya que esto es California,
un padre le dice a su hijo: existen
dos clases de infinitos,
esos que pueden ser contados,
& aquellos que no. Y más tarde,
a la hora de dormir, la madre agregará
que existen esos cruzados
por almas una vez que han bebido
de blancas copas de magnolia
floreciendo sobre una terraza iluminada, en
un bosque, en donde invitados festivos brindan
por el abracadabra del cero,
como, en un árbol de ramas bajas en donde
el sendero se encuentra con la corriente,
los fantasmas de dos muchachas esperan en
la sombra por un transeúnte, más puro
que tú, a quien rebanarle
el corazón, & leer en su rojo
los caprichos de las estrellas.
Estoy mareada, pero no quiero
dormir, una muchacha le dice a la otra.
No quiero que nuestra maravillosa
muerte sea sólo un sueño.
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