miércoles, 8 de mayo de 2024

Muñeca asesina translated by ME (Killer doll). Un poema de Hella Kitty* (2024).

 



*Este libro se puede comprar en Amazon, fue editado por LP5 editora. También se consigue en la misma librería virtual Gótico tropical (y todos mis otros libros). 


BIG SELL REVEALED. Killer whale IN MOTION. SEA LOVER. 

BUY my poetry. TRANSLATE my poetry. SELL my poetry. BE MY GUEST. 

FOLLOW WAVE. Reading ME. KITTY ROLL. 



Muñeca asesina

 

Una ballena orca es una muñeca asesina. 

Mi palacio en el aire o una langosta roja en la boca. 

Fauces perfectas para morder el futuro y destrozar el ambiente.

Bellísimo baile asesino de las ondas del mar.

La vi en el cine, estaba siempre con su entrenador. 

Muñeca alada, 

baila.



Killer doll 


killer whale is a killer doll.

My palace in the air or a red lobster in the mouth. 

Perfect jaws to bite the the future and destroy the atmosphere.

Beautiful killer dance of the sea waves.

I saw her at the movies, she was always with her trainer. 

Winged doll,

dance. 









lunes, 6 de mayo de 2024

Niña Hello Kitty. Un poema de mi último libro Hella Kitty* (2024)




 

Niña Hello Kitty

 

No pongo la otra mejilla, solo soy una infiltrada en tu vida Humano. 

Niña Hello Kitty. 

Con cajas de plástico para lápices y gomas de borrar. 

Jumper azul y no rojo. Pero rojo en la imaginación. 

El colegio jumper azul, el colegio cuerda de saltar.

Se abre la forma del cuerpo en el patio recamado de ladrillos.

Cien saltos y la cuerda casi se enrolla en mi tobillo.

Hora del recreo. Tequeños, jugo de parchita y me escapo a la biblioteca.  

Cajas de colores con la silueta Kitty super Kitty. 

Bailo mientras escucho a la maestra tocar el órgano, recito en cualquier idioma distante y prefiguro que iré de vacaciones con mi esposo cuando me case. Algún día. Pronto.  

En mi pupitre, me distraigo pensando que voy a la playa el fin de semana y como helado de coco y veo delfines. 

Voy con la abuelita artrítica que casi se ahoga la última vez. Pero pienso que la quiero mucho igual, aunque se la pase haciendo el ridículo. No debería nadar en esas condiciones, dice el militar. Tienes razón, dice papá de alto rango con shorts Speedo. ¿Pero qué se hace? Pregunta desconsolada mamá. 

Nadie entiende tanta discordia porque es la manzana de la discordia, dice la abuelita de mí. 

Porque es enrolladísima, digo yo. Chao, me voy a flotar un rato, que ya me enseñaron. En un par de semanas me convierto en orca y me como todos los delfines de la playa. Nadie me cree. 

Me gustaba el patio recamado de ladrillos, en esta época pensaba que sería niña por siempre. Y no me equivocaba, soy niña rota. Muñeca asesina, dibujo sin boca. 

Me siento siempre niña. Mantengo un espíritu joven, sin tantos enrevesijos. Pienso simple. Me mueve todo lo bello y no me atrevo. Me da miedo ser grande. 

La idea de la adultez aún me hace llorar extremo. 

Siempre he sido responsable, sin embargo. 

En esa época nunca olvidaba mi caja de Hello Kitty en el colegio. 

Era mi tesoro, mi caja de colores.

Nunca jugaba con la comida, ni me peleaba con otras niñas. 

Era melancólica, a veces lloraba con las películas de Disney. Bambi me aterraba porque mataban a la mamá de Bambi, Dumbo me aterraba porque se robaban a la mamá de Dumbo. Papá me decía que yo era modelo Blancanieves, y era la única con la que no lloraba tanto. Pero la manzana envenenada, yo sabía, yo era la manzana de la discordia. 

No la había mordido, me la había tragado. 

Leía revistas de moda. Una tía las apilaba por montones y me colaba en su cuarto a leerlas. 

A los nueve me gustaba leer novela melodramática o folletín en la revista Vanidades. Pensaba que me casaría. Algún día. Pronto. 

Niña Hello Kitty, con Speedo negro de cuerpo entero soy orca. 

Dibujo sin boca, muñeca asesina.  

Salto y alcanzo el infierno. 

Con la cuerda de saltar. 

Como una orca que salta en el mar y vuela en el aire porque tiene alcance, 

porque tiene propulsión. 

Porque tiene aletas infernales y no alas angelicales.

Como yo. 

Muñeca asesina, niña orca. 

Niña Hello Kitty.  



*Este libro está a la venta en Amazon. También Gótico tropical, un libro de cuentos muy interesante. Son dos libros preciosos que me gustó muchísimo publicar. Y me divertí un montón escribiéndolos. 

 

lunes, 4 de diciembre de 2023

La poesía


 



Este poema fue incluido en mi último libro de poemas Medusa decapitada (2022) publicado en Chile por LP5 Editora. Medusa decapitada se consigue en Amazon y está en remate ahora, así que aprovechen para adquirir una bella edición de poesía contemporánea latinoamericana. By the way, en Amazon se consiguen 5 de mis libros. Recomiendo Ahorcados de tinta (2019), La máquina de viajar por la luz (2020) y Colección de primeros recuerdos (2021). Como ven he publicado mucho últimamente y pronto subiré más muestras de estos libros. 


La poesía

 

Escribo y escribo y no me gusta lo que escribo.

La catástrofe se cifra en un bikini dorado que no me atrevo a usar. 

Tengo la cabeza rota y podría quedarme habitando el poema por siempre.

Proyecto heroico esto de teclear un mundo electrocutado (que se sostiene entre la tendencia a saber jugar con la luz y las visiones del infierno).  

Caribe lumínico con una espada en el cinto y una chupeta en la boca o un cuadro de Armando Reverón. 

Fiesta imaginaria de billetes devaluados, máscaras de arlequín cuadriculado y huérfano. Carnaval de gusanos de pies ligeros. Patillas inyectadas con vodka. Tripulación narcisista desacatando un sol de leche. Recuerdo los islotes de Mochima y mi boca multiplicada en corales asesinos.  

Vuelvo, toda fracturada, hundida en la realidad del poema que es una realidad muy distinta a la realidad real. Vuelvo, sin cinturón de seguridad. 

Escribir realidad tantas veces me hace recordar a mis padres que no pudieron soñar y solo tuvieron pesadillas. Pesadillas de montaña rusa, pequeña jauría de mentiras. 

Me gustaría invitar a mis padres a habitar el poema, casa en el lago de nuestras vacaciones doradas. Me gustaría atravesar sus corazones con una estilográfica y patinar en el hielo con los coágulos sangrantes manando de mi boca, consustanciarme con ellos después de tantas distancias y llamadas WhatsApp.

Me gustaría ser un coyote de cristal. 

jueves, 22 de octubre de 2020

Entre la tendencia a saber jugar con la luz y las visiones del infierno. Reflexiones sobre temas venezolanos

 “Los adolescentes adolecen”. Una verdadera obra maestra de la poética tecnócrata caraqueña. Sino en invención al menos en difusión. Sin embargo, no puede superar en resplandor a la más popular:

“Cachicamo trabaja para lapa”

No le llega a los talones por un asunto de percepción. La segunda resulta más fascinante porque la asociación está destinada a permanecer en la oscuridad. Mi falta de referentes es absoluta. Nunca he visto un cachicamo o una lapa. Salvo en fotografías, videos o en zoológicos y lugares de contacto. Desconozco sus costumbres, los lugares en los que habitan. Desconozco la relación que existe entre ambos animales. La simple asociación me deja perpleja. Es el tiempo de los venezolanos que no entendemos las frases venezolanas.

Los nacionalistas entusiastas inscritos en una visión netamente cheverista exponen que “lo venezolano” no es otra cosa que meros artefactos culturales como el baile del pájaro guarandol, las arepas, el joropo y hasta la cerveza  producida industrialmente por empresas Polar. Esto es una mistificación que intenta dibujarnos como seres totalmente occidentalizados expectantes ante una feria de baratijas y souvenirs. Es una reificación. Artefactualiza. No se piensa en la cultura como algo que respira. Se la convierte en cadáver y de ella resurgen, como sobreponiéndose a un charco de lodo, esas frágiles momias-testimonios que agitan sin cesar los dedos en el aire intentando tocarte. Lo cadaverizado no se mueve ni conmueve.

Por otro lado,

también existe esa tendencia a pensar siempre el mestizaje como de naturaleza blanqueadora. He sido testigo de cómo la visión sanitarista del mestizaje defiende a ultranza el origen netamente español del joropo y luego me he quedado asombrada ante la lectura que tienen del fenómeno autores como Winthrop R. Wright, quien sostiene que el joropo es un ensamblaje de temas y formas europeas inscritos en los ritmos polifónicos de la música africana. Si a esto le sumamos el par de maracas chamánicas que acompañan a todo joropero que se respete estaríamos ante una superproducción interracial a todo dar. Esto representaría una lectura más interesante,

también, más realista

del beat desenfrenado del zapateo.

Incluso,

de ese zapateo minucioso, compulsivo, que implica el joropo tuyero –y si no me creen vean los videos del Gabán Tacateño.

Personalmente, y aquí especulando, pienso que lo venezolano se encuentra ubicado en algún lugar entre un fragmento de la Brevísima relación de la destruición de las Indias de Bartolomé de Las Casas

publicada en 1552

 y el episodio de la Tebaldi en busca del yogurt perfecto que se encuentra en la novela El bonche de Renato Rodríguez

publicada en 1976.

El fragmento de Las Casas constituye un apartado francamente breve de la Brevísima. Enmarcado en una página con demasiados blancos, ubicado entre el apartado dedicado a la costa de las Perlas y de Paria y la isla de Trinidad y el apartado dedicado al Reino de Venezuela, encontramos este párrafo escueto fluyendo bajo el título “Del río Yuyapari”

Y empieza el dominico,

Por la provincia de Paria sube un río que se llama Yuyapari, más de doscientas leguas la tierra arriba

Y vienen a la mente la península cristalina, la luminosidad, los manglares …. Por él subió un triste tirano muchas leguas el año de mil y quinientos y veinte y nueve con cuatrocientos o más hombres, e hizo matanzas grandísimas, quemando vivos y metiendo a espada infinitos inocentes que estaban en sus tierras y casas sin hacer mal a nadie, descuidados, y dejó abrasada y asombrada y ahuyentada muy gran cantidad de tierra…

La belleza inicial se desbarranca hacia los territorios de lo abyecto. Todo se ha convertido en una historia que se resume en un par de imágenes de incendio y ruinas

…Y en fin

continúa de las Casas resignado,

… él murió mala muerte y desbaratóse su armada. Y después, otros tiranos sucedieron en aquellos males y tiranías, y hoy andan por allí destruyendo y matando e infernando las ánimas que el hijo de Dios redimió con su sangre… dibujándola así como una historia de nunca acabar, destinada a repetirse eternamente. Me fijo en ese verbo desconocido, infernar,

infernar las ánimas.

Las visiones del infierno no pueden ser otra cosa más que profecías. Condenas eternas. Imagino que infernar significa exactamente el acto de pasar el espíritu por un poco de infierno. Como si lo estuvieras pasando por huevos y harina. Un devenir infierno, un producto macabro de la tecnología del espíritu. Desde entonces, quizás, hemos vivido infernados. Contaminados irremediablemente de infierno. Así es como esos tiranuelos escuetos terminan por elaborar una versión del cuento del gallo pelón. Esa historia del folklore venezolano que consiste en una frase de inicio que se repite para siempre;

de este modo dice uno,

-¿Quieres que te cuente el cuento del gallo pelón?

-Sí- dice el otro.

-Ya te la conté- dice el primero,

 y luego de nuevo

-¿Quieres que te cuente el cuento del gallo pelón?

Y así

infinitamente

hasta que el otro se molesta o se fastidia.

O ambas.

La primera vez que me confronté con el cuento del gallo pelón era una niña. Papá me lo repitió hasta que logró hacerme sentir al borde de la desesperación.

Yo.

Sí.

Quería.

Escuchar la historia.

Pero la historia no existe. No es más que esa prefiguración, un anzuelo para

agujerearte los labios. Cosas de tricksters.

En otro orden de cosas,

el fragmento de Rodríguez introduce al “hombre con energía” en el paisaje. Un imagen que circula, que vive al interior de un loop trimaldito, como el

tiranuelo del barco. Pero que representa una mejora notable al provenir de los mismos creadores de “Nacionalización petrolera 1975”. El avatar del “hombre con energía”, el prototipo político del boom petrolero setentero, las millones de fotos del candidato presidencial Carlos Andrés Pérez sorteando un charco en pose olímpica, encarna en la Tebaldi, que como un judío errante busca la utopía del yogurt perfecto tras ver la película El hombre de la torre Eiffel y descubrir esa expresión de satisfacción de Franchot Tone cuando se dispara entre pecho y espalda un yogurt. La Tebaldi entiende que ahí está la cosa, es decir, la beatitud, la paz, la relación de equilibrio con el cosmos, la vida armónica y se entrega como un desenfrenado a probar todos los tipos de yogurt que podía conseguir en Caracas. Luego de comprar una vaca y producir su propio yogurt, termina por robar el dinero de la caja de la compañía en donde trabaja para huir a Europa y lanzarse al delirio de recorrer a pie el continente entero probando miles de porciones de yogurt.  Sin embargo, nunca llega a sentir lo que ansiaba, aquella beatitud y paz que había en el rostro de Franchot Tone.

¿Es la búsqueda del dorado a la inversa?

Los venezolanos se engastan en la energía libidinal del petróleo para perseguir el fetiche de la modernidad.

Somos

los positivistas latinoamericanos

eternos

Caracas fue la ciudad de la utopía, y por eso ahora nos parece que es retrofuturista, con todos esos hermosos edificios de estilo arquitectónico moderno. Las calles de Los Chaguaramos, Colinas de Bello Monte y Las Mercedes son un museo arquitectónico de esa belle époque. Aunque las calles a veces se encuentran salpicadas de edificios desalmados de vidrios de colores estilo corporativo-Palm Beach, la ciudad conserva una atmósfera de cuento clásico de cyberpunk.

Caracas es aún la ciudad de la utopía.

Pero de la utopía “infernada” de Bartolomé de Las Casas.

La ciudad de la utopía reversible. La ciudad de los rascacielos empresariales de cristal ocupados por las masas depauperadas, empujadas siempre al límite. La precariedad extrema del cartón desintegrándose en la humedad tropical. La modernidad de Caracas está tan fragmentada, tan quebrada, como las ventanas de esos rascacielos.

Ahora bien,

lo que sabemos de la Tebaldi lo sabemos por José, el mejor carpintero de Galilea. A menudo se encuentran de manera improbabilísima en las carreteras del norte de Europa. En una ocasión cuando José se dispone a acampar alrededor de una fogata escondida entre los árboles, logra atisbar a un hombre caminando decididamente, como siendo arrastrado por un espejismo. Cada vez que toma una nueva porción de yogurt, fracasa. La revelación no se materializa y es difícil no imaginarlo cayendo de manera incesante hacia la esquina inferior derecha de la pantalla. El tiranuelo lascasiano y la Tebaldi coinciden en la recurrencia de video juego cifrada en la historia del gallo pelón. Ambos retornan siempre desde el lado superior izquierdo de la pantalla como si pudieran ser nuestras versiones telúricas de Mario Bros. No sería demasiado exagerado hablar del cuento del gallo pelón como un concepto filosófico que nos pertenece. La historia trunca. Truncadísima. La historia novísima

que

desencadena el deseo,

la utopía del progreso.

Pero que aparece condenada desde la primera frase a la pobreza del progreso. Paria-relato-metáfora del paraíso terrenal en los diarios de Colón. Venezuela-magma-incontenible liberador e independentista en el siglo XIX, la fantasía absoluta de la eclosión republicana.

Pero todos panes sin levadura.

Se desinflan

en el horno.

El nacionalismo como concepto político no me importa en cuanto puede resultar engañoso. El nacionalismo no es algo unitario que pueda ser considerado como una solución. No puede ser considerado positivo o negativo simplemente hablando en abstracto sin analizar cada manifestación particular y yo,

entiendo-que-el país-está-muy-jodido

pero francamente: me caen mal las diatribas antinacionalistas que muchos venezolanos están dispuestos a compartir cada vez que tienen oportunidad.

Ahora resulta que está de moda ser antinacionalista…

Evidentemente,

se trata de una reacción a la saturación de la manipulación discursiva del chavismo, que ha secuestrado los referentes, el sentido de espíritu de nuestra comunidad imaginada. Algunos en la disidencia han cometido el error de abanderarse en respuesta bajo la figura de un pretendido individualismo que reniega de la existencia de algo tan inmarcesible y nebuloso como la venezolanidad. Creo que es un error porque debemos situarnos es un esquema de pensamiento que tome en cuenta nuestra realidad, nuestras particularidades.

No sé si pensar en Venezuela desde el

Amor

sea ser nacionalista.

Pero no lo puedo evitar: me cae bien el amor. Pienso entonces en ese rancho que atisbé en la carretera entre Puerto La Cruz y la playa Arapito en el estado Sucre. Un frágil rancho de bahareque adornado prolijamente con pedazos de vidrio azul. Era evidente que se trataba de pedazos de botellas de cervezas Soleras dietéticas. Quebradas. Trituradas contra el suelo. Pienso en ese rancho resplandeciente en la carretera caliente. Con todo aquel vidrio azul filtrando la luz de una manera caleidoscópica. El paisaje transfigurado por los rayos solares que golpeaban las humildes paredes.

Armando Reverón y los artistas abstractos no hicieron otra cosa que jugar con la luz.

Reverón con sus paisajes húmedos, impresionistas, no hizo más que elaborar dispositivos expresivos inspirados en la luz del trópico. Los artistas abstractos con su arte cinético, signado por las ilusiones ópticas, ensamblaron el movimiento en un espacio atravesado, y modificado, necesariamente por la luz. Los retazos de la “Esfera naranja” de Jesús Soto distribuidos en el horizonte alcanzan la plenitud de

un sol artificial.

Me gusta pensar entonces en que lo venezolano tiene que ver más con conjuntos de contingencias como estas, circunstancias que nos otorgan contornos. La tendencia a jugar con la luz. La tendencia a convertir la tendencia a jugar con la luz en una forma de expresión artística. Lo venezolano como manera de pensar y estar en el mundo. No como un cadáver concretista. Lo venezolano no es la “Esfera naranja” son todas las contingencias que delimitan su creación y la creación del rancho-caleidoscopio en la carretera de la playa porque nunca deja de asombrarme que un venezolano habitante de un despoblado que, probablemente, nunca ha visto las obras de Reverón o de los pintores abstractos pueda compartir el mismo instinto, una sensibilidad similar acompañada de su respectivo correlato de saber hacer. Nunca deja de asombrarme que un hombre habitante de un despoblado valiéndose de materiales desecho y de conocimientos rudimentarios, llegue a los mismos resultados, alcance la misma estética.

De modo que,

las masas furibundas que intentan construirse como el extremo opuesto del chavismo son un virus del sistema.

“Esa música venezolana es horrible, chamo… Las arepas no alimentan solo engordan que jode, chamo… Los escritores venezolanos siempre han sido una mierda y por eso nadie sabe quiénes son, chamo”.

Se equivocan cuando piensan que lo venezolano es descartable, como si se tratara apenas de una opción posible que pudiera ser tomada o rechazada. En realidad es más simple porque es un asunto orgánico. Son rasgos apenas.

Por ejemplo,

en mi caso implica no estar acostumbrada a los animales por haber crecido en una aldea de pescadores improvisada en ciudad petrolera. Una aldea de pescadores de una sola calle que a partir de los cuarenta empezó a convertirse en un poblado que terminaría alojando una de las refinerías de petróleo más grandes del país. Casas construidas sobre una salina. Arena amarillenta. Estéril. La tenue brisa frente al mar. Todo plano. Algunos cerros de arena aquí y allá. Todo caliente. Cielo azul como un espejismo. Algunas palmeras. Algunos árboles de uva de playa. Los frutos morados, ácidos, extendiéndose como manchas en el asfalto. Todo tan lleno de espacio, tan lleno de concreto. La grama sembrada por la alcaldía languideciendo marrón en las islas que separan los canales de calles y carreteras. Una vida vaciada de animales. Algún pájaro pequeño, una sombra negra, en la acera. Un pelícano en la playa. Una guacamaya en algún parador turístico. No gallinas. No cabras. No vacas. No caballos. No gallos. No perros. No gatos. No muchos árboles. No casi árboles. Solo agua salada. Piedras pequeñas. La arena presionando la piel roja bajo el borde brillante del día. La ceguera por el brillo excesivo del sol. Las chimeneas industriales expulsando humo negro. Cenizas. Los quemadores industriales de gas.

Cuando contemplo a la gente que en Pittsburgh

abraza a las gallinas

de inmediato me sobresalta esa premonición de que no puedo hacerlo. No puedo abrazar a las gallinas. Pero paradójicamente recuerdo con simpatía las historias de papá comiendo animales imposibles durante los entrenamientos de sobrevivencia que recibía cuando era militar. Papá resurge en mis recuerdos en algún matorral de la frontera con Colombia, comiendo micos y serpientes asadas.  O subiendo a un bote y lanzando palos al agua para dispersar a los sangrientos caribes. O montando caballos rucios que no sé porqué siempre imagino morados.

Luego,

la imagen de papá sentado en Ciudad Bolívar ante un plato de pastel de morrocoy.

El horror.

Luego,

La imagen de las guacamayas de la Universidad Central de Venezuela balanceándose en las palmeras de Tierra de nadie. El hombre que secuestra a la hermosísima guacamaya azul-amarilla que se estrella contra las paranoicas, altísimas, rejas de un edificio de Los Chaguaramos.  El autobús en el horizonte de la calle. Las rejas electrificadas. Un golpe seco y una sombra azul agrietando la acera. El hombre que corre y esconde el cuerpo aporreado del ave bajo su camisa.

El horror.

Pero aún

no

puedo

abrazar a las gallinas.

Ser venezolano entonces comporta un conjunto de contingencias,

como tener cierta predisposición a jugar con la luz o tener ciertas probabilidades de no saber cómo relacionarte con los animales y, quizás, también sea esa sonrisa contenida en la consulta con la ginécologa cuando ella busca bultos sospechosos en mis senos y empieza a recomendarme que use protector solar para salir de casa todos los días y entonces me golpea como nunca la visión de la tenue palidez de Pittsburgh, reino del hielo, porque recuerdo a plenitud

la luz intensísima de la ciudad en la que nací.

Entonces, la ginecóloga me recomienda usar protector solar todos los días

y yo,

pienso de inmediato que no existen posibilidades de que me enferme de cáncer de piel. Si sobreviví a la luz en Puerto La Cruz no existe ninguna posibilidad de que la luz me derrote en Pittsburgh. La mayoría de nosotros no sospecha que esa atrocidad pueda ser posible: enfermarse a causa del sol.

Imposible no verlo como una excentricidad de la ginecóloga

sobre todo cuando recuerdo haber pasado semanas enteras sentada en la arena sin interrupción, tragando agua salada. Sin prestar la más mínima atención a los protectores solares ni a las cremas regeneradoras. El sol inclemente del trópico golpeando los jirones de mi piel arrancada y seca. Carbonizada. Y entonces el agua salada inunda mi boca y mi nariz mientras estoy recostada en la camilla con las piernas abiertas mientras la ginecóloga sostiene una pinza de metal y pienso en la placidez de ser arrastrada por la corriente del mar mientras mi cuerpo flota, sobreponiéndose a cualquier eventual hundimiento. No necesito protector solar. Puedo entenderme con la luz. Salgo de la oficina sosteniendo un papel con información sobre los servicios prestados. Noto lo que la doctora ha escrito en la casilla superior a pesar de que le dije que era de Venezuela, a pesar de mi acento.

Age: 29

Race: white

Ethnicity: not Hispanic or Latino.

  

Imposible no pensar que ser venezolano también se trata de esto. Tu identidad racial es un enigma indescifrable para cualquier extranjero. Proyectan lo conocido en ti. Se atreven a apostar y a veces se equivocan. Pero no siempre. 

En contraposición, cada día entiendo menos lo que significa esa otra palabra: latino.

 

jueves, 23 de octubre de 2014

Between the Tendency of Knowing How to Play with Light and Visions of Hell: Reflections on Venezuelan Topics / Traducción de Guillermo Parra




Dayana Fraile


"Adolescents suffer" [Los adolescentes adolecen]. A true masterpiece of technocratic Caracas poetics. If not for inventiveness, at least for its diffusion. And yet, it can't surpass in splendor the more popular
"the armadillo works for the guinea pig" [cachicamo trabaja para lapa]
It doesn't even compare due to a matter of perception. The second one turns out to be more fascinating because the association is destined to remain in darkness. My lack of referents is absolute. I've never seen an armadillo or a guinea pig. Except in photographs, videos or zoos and petting stations. I don't know anything about their habits, the places the live. I don't know about the relationship between these animals. The mere association leaves me perplexed. Now is the time of Venezuelans who don't understand Venezuelan phrases.
The enthusiastic nationalists inscribed in a purely no-worries vision propose that "Venezuelanness" is nothing more than cultural artifacts like the dance of the guarandol bird, arepas, joropo music and even the industrially-produced beer of the Polar company. This is a mystification that attempts to delineate us as though we were completely westernized beings facing a display of postcards and souvenirs. It is a reification. It creates artifacts. No one thinks of culture as something that is breathed. It's turned into a corpse and from it surge, as though superimposed on a puddle of mud, those fragile mummies-testimonies that ceaselessly wave their fingers in the air trying to touch you. The cadaverous doesn't move nor does it move us.
Relatedly,
there's also that tendency to always think of mestizaje as being of a whitening nature. I've witnessed how the sanitizing vision of mestizaje defends the purely Spanish origin of the joropo to the very end and then I've been left astonished when I see how they read authors like Winthrop R. Wright, who argues that the joropo is an ensemble of European songs and forms inscribed in the polyphonic rhythms of African music. If we add the pair of shamanic maracas that accompany any self-respecting joropero, we find ourselves in the presence of an all-out interracial super-production. This would represent a more interesting reading,
and also a more realistic one
of the frenzied beat of the zapateo dance.
Even
when it comes to that meticulous, compulsive stamping that takes place in the joropo style from the Tuy Valleys —and if you don't believe me, watch the videos of El Gabán Tacateño.
Personally, and I'm speculating here, I think that Venezuelanness is to be found somewhere between a fragment from A Short Account of the Destruction of the Indies by Bartolomé de las Casas
published in 1552
and the episode about Tebaldi in search of the perfect yogurt that occurs in the novel El bonche by Renato Rodríguez
published in 1976.
The fragment by De Las Casas constitutes a truly brief aside in A Short Account. Set in a page with too many blank spaces, located between an aside dedicated to the Pearl Coast and to Paria and the island of Trinidad, and the aside dedicated to the Kingdom of Venezuela, we find this short paragraph flowing under the title "Regarding the Yuyapari River."
And the Dominican begins,
"Through the province of Paria climbs a river called the Yurapari, more than two hundred leagues heading inland..."
And the crystalline peninsula, its luminosity and mangroves all come to mind... "A sad tyrant followed its course for many leagues during the year 1529 with four hundred or more men, and he committed great massacres, burning people alive and wielding swords against an infinity of innocent natives who were in their lands and homes without harming anyone, not paying attention, and he left much of the land in ashes and astonished and fearful..."
The initial beauty plunges toward the territories of the abject. Everything has become a story summarized by a pair of images, flames and ruins...
"And finally..."
De Las Casas continues resigned,
"... he died a horrible death and his armada fell apart. And afterwards, other tyrants succeeded in those evils and tyrannies, and today we see them destroying and killing and damning the souls that the son of God redeemed with his blood..." in this manner outlining it like a never-ending story, destined to be repeated for eternity. I focus on that unknown verb in Spanish, to damn, [infernar]
"to damn the souls."
What else can these visions of hell be but prophecies. Eternal damnations. I imagine that to damn means precisely the act of making the soul pass through a bit of hell. As though passing through eggs and flour. Becoming inferno, a macabre product of the technology of the spirit. Ever since then, perhaps, we have lived as damned. Irremediably contaminated by inferno. That's how those fleeting tyrants end up elaborating a version of the story about the bald rooster. That story from Venezuelan folklore that consists of an opening phrase that's repeated forever;
when someone says,
"Do you want to hear the story about the bald rooster?"
"Yes," someone else replies.
"I already told it to you," the first one says,
and then again
"Do you want to hear the story about the bald rooster?"
And so on
forever
until the other person gets angry or annoyed.
Or they both do.
I was a child the first time I encountered the story of the bald rooster. Dad repeated it to me until he managed to make me feel like I was at the edge of desperation.
Yes.
I.
Wanted.
To hear the story.
But the story doesn't exist. It's nothing more than that prefiguration, a hook to catch your lips. A matter for tricksters.
Changing  the subject,
the fragment by Rodríguez introduces the "energetic man" in the landscape. An image that circulates, that lives inside a fucked up loop, like the petty tyrant in the boat. But it represents a notable improvement because it comes from the same creators of the "1975 Petroleum Nationalization." The avatar of the "energetic man," the political prototype of the oil boom in the seventies, the millions of photos of the presidential candidate Carlos Andrés Pérez leaping over a puddle in an Olympic pose is incarnated in Tebaldi, who like the Wandering Jew seeks the utopia of the perfect yogurt after seeing the movie "The Man on the Eiffel Tower" and discovering Franchot Tone's satisfied expression when "he shoots a yogurt between his chest and back." Tebaldi understands that this is "the thing," by which he means, "beatitude, peace, a balanced relationship with the cosmos, the harmonious life" and he gives himself over insatiably to trying all the types of yogurt to be found in Caracas. After buying a cow and producing his own yogurt, he ends up robbing money from the cash register of the company where he works so he can flee to Europe and throw himself into the delirium of travelling on foot throughout the entire continent trying millions of portions of yogurt. However, he never manages to feel what he yearned for, "that beatitude and peace on Franchot Tone's face."
Is it the search for El Dorado in reverse?
Venezuelans mount themselves in the libidinal energy of petroleum in order to pursue the fetish of modernity.
We are
the eternal Latin American
positivists.
Caracas was the city of utopia, and that's why today it seems retro-futuristic to us, with all those beautiful buildings in the modernist architectural style. The streets of Los Chaguaramos, Colinas de Bello Monte and Las Mercedes are an architectural museum from that belle epoque. Even though the streets are sometimes sprinkled with soulless glass buildings in corporate Palm Beach style, the city maintains an atmosphere of a classic cyberpunk story.
Caracas is still the city of utopia.
But the "infernal" utopia of Bartolomé de las Casas.
The city of the reversible utopia. The city of the executive crystal skyscrapers occupied by the impoverished masses always pushed to the limit. The extreme precariousness of cardboard disintegrating in the tropical humidity. The modernity of Caracas is as fragmented, broken, as the windows of those skyscrapers.
Now,
what we know about Tebaldi we know thanks to José, the best carpenter in Galilee. They often run into each other in extremely improbable ways on the roads of Northern Europe. On one occasion when José is getting ready to spend the night around a campfire hidden amidst the trees, he catches a glimpse of a man walking quite decidedly as though he were being dragged by a mirage. Each time he grabs a new portion of yogurt, he fails. The revelation doesn't materialize and it's hard not to imagine him falling incessantly toward the lower right hand corner of the screen. The petty tyrant from De Las Casas and Tebaldi coincide in the video game recurrence of the story about the bald rooster. Both of them always return from the upper left-hand corner as if they were our telluric versions of the Mario Bros. It wouldn't be much of an exaggeration to speak of the story about the bald rooster as a philosophical concept that belongs to us. The truncated story. Very truncated. The very new story
that
unleashes desire,
the utopia of progress.
But it seems to be doomed from the very first phrase to the poverty of progress. Paria-story-metaphor of the earthly paradise in the diaries of Columbus. Liberating and seeking independence in the 19th century, Venezuela-unstoppable-magma, the absolute fantasy of republican emergence.
But all of them, unleavened bread.
They flatten
in the oven.
Nationalism as a political concept is not important to me since it can turn out to be misleading. Nationalism isn't something unitary that can be considered a solution. It can't be considered positive or negative by simply speaking in the abstract without analyzing each particular manifestation and I,
understand-that-the-country-is-truly-fucked
but frankly: I don't like the anti-nationalist diatribes that many Venezuelans are willing to share each time they have the chance. Now it turns out that it's in style to be anti-nationalist...
Evidently,
it's a reaction to the saturation of Chavismo's discursive manipulation, which has kidnapped the referents, the meaning of the spirit of our imagined community. Some in the opposition have made the mistake of waving a flag in response under the figure of a supposed individualism that denies the existence of something as imperishable and nebulous as Venezuelanness. I think it's a mistake because we should situate ourselves in a thought scheme that takes into consideration our reality, our particularities.
I don't know if thinking about Venezuela from
Love
is being a nationalist.
But I can't help it: I like love. So I think about that shack I glimpsed on the road between Puerto La Cruz and Arapito beach in the state of Sucre. A fragile shack made of odds and ends prolifically adorned with pieces of blue glass. It was evident that these were pieces of Solera Light beer bottles. Broken. Crushed against the ground. I think of that radiant shack on the hot road. With all that blue glass filtering the light in a kaleidoscopic manner. The landscape transfigured by the rays of the sun that were pounding its humble walls.
What else did Armando Reverón and the artists of Geometric Abstraction do but play with light? Reverón with his humid, impressionist landscapes, elaborated expressive devices inspired by the light of the tropics. The abstract artists with their kinetic art, marked by optical illusions, assembled the movement of a space that was necessarily crossed and modified by light. The fragments of the "Orange Sphere" by Jesús Soto distributed along the Caracas horizon reach the plenitude of
an artificial sun.
So I like to think Venezuelanness has more to do with collections of contingencies such as these, circumstances that provide us with contours. The tendency to play with light. The tendency to transform the tendency of playing with light into a form of artistic expression. Venezuelanness as a way of thinking and being in the world. Not like a concretist corpse. Venezuelanness is not the "Orange Sphere," it is all the contingencies that limit its creation and the creation of the kaleidoscope-shack on the road to the beach because it never ceases to amaze me that a Venezuelan living in the middle of nowhere, who has probably never seen the works of Reverón or the Geometric Abstraction painters, can share the same instinct, a similar sensibility accompanied by its respective correlative of know-how, because it never ceases to amaze me that a man living in the middle of nowhere, using waste materials and a rudimentary knowledge, arrives at the same results, reaches the same aesthetic.
So that,
the furious masses that are trying to construct themselves as the extreme opposite of Chavismo are a virus of the system.
"Venezuelan music is horrible, man... Arepas don't nourish you, they just make you fat as hell, man... Venezuelan writers have always been shit and that's why no one knows who they are, man."
They're mistaken when they think that Venezuelanness is disposable, as if it were merely a possible option that can be taken or rejected. In actuality, it's simpler because it's an organic matter. It is merely features.
For example,
in my case it involves not being accustomed to animals because I grew up in a fishing village that was improvised into a oil-producing city. A fishing village with a single street that in the forties began to transform itself into a zone that would eventually have one of the largest oil refineries in the country. Houses built on top of salt mines. Yellowish sand.  Sterile. Tenuous breeze facing the sea. Everything flat. A few sand cliffs here and there. Everything scorching. Blue sky like a mirage. A handful of palm trees. Some sea grapes. The purple, sour fruit, spreading like stains on the pavement. Everything so full of space. The grass planted by the mayor's office languishing and faded to brown on the traffic islands that separate the streets and highways. A life emptied of animals. Some tiny bird, a black shadow on the sidewalk. A pelican on the beach. A macaw at some tourist inn. No chickens. No goats. No cows. No horses. No roosters. No dogs. No cats. Not many trees. Hardly any trees. Only salt water. Small stones. The sand putting pressure on red skin under the shiny edge of the day. Being blinded by the excessive sun. The industrial chimneys expelling black smoke. Ashes. The industrial gas burners.
When I watch people in Pittsburgh
hugging chickens
I'm immediately overcome by a premonition that I can't do that. I can't hug chickens. But paradoxically, I fondly remember the stories of my dad eating impossible animals during the survival training he received when he was in the army. Dad emerges in my memories in some thicket on the Colombian border, eating grilled long-tailed monkeys and serpents.  Or climbing onto a boat and beating the water with a stick to disperse the deadly piranhas. Or riding grey horses that for some reason I imagined being purple.
Then,
the image of dad sitting in Ciudad Bolívar in front of a plate of turtle pie.
The horror.
Then,
the image of the macaws at the Central University of Venezuela in Caracas balancing themselves on the campus palm trees in the green spaces known as No Man's Land. The man who kidnaps the incredibly beautiful yellow-blue macaw that crashes into the paranoid, tall gates of an apartment building in Los Chaguaramos. The bus on the street's horizon. The electric fences. A dry blow and a blue shadow cracking the pavement. The man who runs and hides the bruised body of the bird beneath his shirt.
The horror.
And yet
I
can't
hug chickens.
So being Venezuelan involves a collection of contingencies,
like having a certain predisposition to playing with light or having certain probabilities of not knowing how to relate to animals and, perhaps, it might also be that repressed smile at the gynecologist's office when she looks for suspicious bumps in my breasts and starts to recommend that I use sunscreen whenever I leave the house each day and I'm suddenly struck, like never before, by the vision of the tenuous paleness of Pittsburgh, kingdom of ice, because I fully remember
the utter intensity of the light in the city where I was born.
So the gynecologist recommends I use sunscreen every day and I,
I immediately think there's no possibility of me getting skin cancer. If I survived the light in Puerto La Cruz there's no chance the light of Pittsburgh will defeat me. The majority of us don't even suspect such an atrocity could be possible: to become ill because of the sun.
Impossible, impossible to not see it as an eccentricity on the part of the gynecologist, especially when I recall having spent entire weeks sitting on the sand uninterruptedly, swallowing salt water. Without paying the least bit of attention to sunscreen or moisturizing lotion. The inclement sun of the tropics assaulting the strips of my dry and peeling skin. Charred. And then the salt water floods my mouth and nose while I'm lying on the bed with my legs open as the gynecologist holds a metal pincer and I think of how pleasant it is to be dragged by the currents of the sea while my body floats, overcoming any future sinking. I don't need any sunscreen. I have an understanding with the light. I leave her office holding a piece of paper with information about the services I received. I note that the doctor has written in the box at the top of the page, even though I told her I'm from Venezuela, despite my accent:
Age: 29
Race: white
Ethnicity: not Hispanic or Latino.


It's impossible to not think that being Venezuelan is also that. Your racial identity is an indecipherable enigma for any foreigner. They project what they know onto you. They dare to guess and are sometimes mistaken. But not always. 
In contrast, each day I understand less the meaning of tha